Siempre me ha parecido fascinante la capacidad del ser humano para evitar asumir su propia responsabilidad en prácticamente nada de lo que a él es imputable. Tomen la escuela como ejemplo menor pero significativo: ¿no les satura ya escuchar a muchos padres y madres repetir esa cantinela de que no entienden cómo es posible que su retoño les haya salido respondón, vago o rebelde, al tiempo que delegan en la escuela labores educativas que exceden su competencia? O qué decir de los alumnos, quejándose continuamente de las injusticias del sistema, de la inutilidad de los exámenes o de la incompetencia de sus docentes, mientras miran su móvil sin hacerle el menor caso al profesor que, al otro lado de la pantalla o en la misma clase, se imagina que hay alguien escuchando. Y seguramente, ese mismo profesor pensará que todo es culpa de unos padres que no hacen lo que deberían y de unos alumnos que vienen a clase sin civilizar. Y así, nadie asume nada, y todos perdemos. Tomen la política, como e...