(Alfons Mucha, El verano)
Nota: El enlace al video para este contenido es el siguiente: https://youtu.be/zZYYp85akM8
Texto 1
VENUS
En la tranquila noche, mis nostalgias amargas sufría.
En busca de quietud bajé al fresco y callado jardín.
En el oscuro cielo Venus bella temblando lucía,
como incrustado en ébano un dorado y divino jazmín.
A mi alma enamorada, una reina oriental parecía,
que esperaba a su amante, bajo el techo de su camarín;
o que, llevada en hombros, la profunda extensión recorría,
triunfante y luminosa, recostada sobre su palanquín.
«¡Oh reina rubia! –díjele– mi alma quiere dejar su crisálida,
y volar hacia ti, y tus labios de fuego besar,
y flotar en el nimbo que derrama en tu frente luz pálida,
y en siderales éxtasis no dejarte un momento de amar.»
El aire de la noche refrescaba la atmósfera cálida.
Venus, desde el abismo, me miraba con triste mirar.
Texto 2
EL PÁJARO AZUL (fragmento)
París es teatro divertido y terrible. Entre los concurrentes al café Plombier, buenos y decididos muchachos –pintores, escultores, escritores, poetas–, sí, ¡todos buscando el viejo laurel verde!, ninguno más querido que aquel pobre Garcín, triste casi siempre, buen bebedor de ajenjo, soñador que nunca se emborrachaba, y, como bohemio intachable, bravo improvisador.
En el cuartucho destartalado de nuestras alegres reuniones guardaba el yeso de las paredes, entre los esbozos y rasgos de futuros Clays, versos, estrofas enteras escritas en la letra echada y gruesa de nuestro pájaro azul.
El pájaro azul era el pobre Garcín. No sabéis por qué se llamaba así. Nosotros le bautizamos con ese nombre. Ello no fue un simple capricho. Aquel excelente muchacho tenía el vino triste. Cuando le preguntábamos por qué, cuando todos reíamos como insensatos o como chicuelos, él arrugaba el ceño y miraba fijamente el cielo raso, nos respondía con cierta amargura:
–Camaradas: habéis de saber que tengo un pájaro azul en el cerebro, por consiguiente...
*
Sucedía también que gustaba de ir a las campiñas nuevas, al entrar la primavera. El aire del bosque hacía bien a sus pulmones, según nos decía el poeta. De sus excursiones solía traer ramos de violetas y gruesos cuadernillos de madrigales, escritos al ruido de las hojas y bajo el ancho cielo sin nubes. Las violetas eran para Niní, su vecina, una muchacha fresca y rosada que tenía los ojos muy azules. Los versos eran para nosotros. Nosotros los leíamos y los aplaudíamos. Todos teníamos una alabanza para Garcín. Era un ingenio que debía brillar. El tiempo vendría. ¡Oh, el pájaro azul volaría muy alto! ¡Bravo! ¡Bien! ¡Eh, mozo, más ajenjo!
*
Principios de Garcín:
De las flores, las lindas campánulas.
Entre las piedras preciosas, el zafiro.
De las inmensidades,
el cielo y el amor; es decir, las pupilas de Niní.
Y repetía el poeta: Creo que siempre es preferible la neurosis a la imbecilidad.
A veces Garcín estaba más triste que de costumbre.
Andaba por los boulevares; veía pasar indiferentes los lujosos carruajes, los elegantes, las hermosas mujeres. Frente al
escaparate de un joyero sonreía; pero cuando pasaba cerca de
un almacén de libros, se llegaba a las vidrieras husmeaba, y
al ver las lujosas ediciones, se declaraba decididamente envidioso, arrugaba la frente; para desahogarse, volvía el rostro
hacia el cielo y suspiraba. Corría al café en busca de nosotros,
conmovido, exaltado, casi llorando, pedía su vaso de ajenjo,
y nos decía:
–Sí, dentro de la jaula de mi cerebro está preso un pájaro
azul que quiere su libertad...
...
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