Textos del romancero.
A) Históricos-fronterizos
1.- Romance de Abenámar.
— ¡Abenámar, Abenámar,
moro de la morería,
el día que tú naciste
grandes señales había!
Estaba la mar en calma,
la luna estaba crecida,
moro que en tal signo nace
no debe decir mentira.
Allí respondiera el moro,
bien oiréis lo que diría:
—Yo te lo diré, señor,
aunque me cueste la vida,
porque soy hijo de un moro
y una cristiana cautiva;
siendo yo niño y muchacho
mi madre me lo decía
que mentira no dijese,
que era grande villanía:
por tanto, pregunta, rey,
que la verdad te diría.
—Yo te agradezco, Abenámar,
aquesa tu cortesía.
¿Qué castillos son aquéllos?
¡Altos son y relucían!
—El Alhambra era, señor,
y la otra la mezquita,
los otros los Alixares,
labrados a maravilla.
El moro que los labraba
cien doblas ganaba al día,
y el día que no los labra,
otras tantas se perdía.
El otro es Generalife,
huerta que par no tenía;
el otro Torres Bermejas,
castillo de gran valía.
Allí habló el rey don Juan,
bien oiréis lo que decía:
—Si tú quisieses, Granada,
contigo me casaría;
darete en arras y dote
a Córdoba y a Sevilla.
—Casada soy, rey don Juan,
casada soy, que no viuda;
el moro que a mí me tiene
muy grande bien me quería.
moro de la morería,
el día que tú naciste
grandes señales había!
Estaba la mar en calma,
la luna estaba crecida,
moro que en tal signo nace
no debe decir mentira.
Allí respondiera el moro,
bien oiréis lo que diría:
—Yo te lo diré, señor,
aunque me cueste la vida,
porque soy hijo de un moro
y una cristiana cautiva;
siendo yo niño y muchacho
mi madre me lo decía
que mentira no dijese,
que era grande villanía:
por tanto, pregunta, rey,
que la verdad te diría.
—Yo te agradezco, Abenámar,
aquesa tu cortesía.
¿Qué castillos son aquéllos?
¡Altos son y relucían!
—El Alhambra era, señor,
y la otra la mezquita,
los otros los Alixares,
labrados a maravilla.
El moro que los labraba
cien doblas ganaba al día,
y el día que no los labra,
otras tantas se perdía.
El otro es Generalife,
huerta que par no tenía;
el otro Torres Bermejas,
castillo de gran valía.
Allí habló el rey don Juan,
bien oiréis lo que decía:
—Si tú quisieses, Granada,
contigo me casaría;
darete en arras y dote
a Córdoba y a Sevilla.
—Casada soy, rey don Juan,
casada soy, que no viuda;
el moro que a mí me tiene
muy grande bien me quería.
B) Épicos españoles.
2.- Romance de la Cava.
Amores trata Rodrigo,
Descubierto ha su cuidado,
a la Cava se lo dice,
de quien anda enamorado:
-Mira Cava; mira Cava;
Mira, Cava, que te hablo;
darte he yo mi corazón
y estaría a tu mandado.
La Cava, como es discreta,
en burlas lo había echado;
respondió muy mesurada
y el gesto muy abajado:
-Como lo dice tu alteza,
debe estar de mí burlando.
No me lo mande tu alteza,
que perdería gran ditado (dignidad).
Don Rodrigo le responde
que conceda en lo rogado:
-Que deste reino de España
puedes hacer tu mandado.
Ella hincada de rodillas,
él estala enamorando;
sacándole está aradores
de las sus jarifas manos.
Fuese el rey dormir la siesta;
por la Cava había enviado.
Cumplió el rey su voluntad,
más por fuerza que por grado,
por lo cual se perdió España,
por aquel tan gran pecado.
La malvada de la Cava
a su padre lo ha contado;
don Julián, que es traidor,
con los moros se ha concertado,
que destruyesen España
por lo haber así injuriado.
3.- Romance de cómo se perdió España.
Los vientos eran contrarios,
la luna estaba crecida,
los peces daban gemidos,
por el mal tiempo que hacía,
cuando el rey don Rodrigo
junto a la Cava dormía,
dentro de una rica tienda,
de oro bien guarecida.
Trescientas cuerdas de plata
que la tienda sostenían;
dentro había cien doncellas
vestidas a maravillas;
las cincuenta están tañendo
con muy extraña armonía;
las cincuenta están cantando
con muy dulce melodía.
Allí hablara una doncella
que Fortuna se decía:
-Si duermes, rey don Rodrigo
despierta por cortesía
y verás tus malos hados
tu peor postrimería,
y verás tus gentes muertas
y tu batalla rompida,
y tus villas y ciudades
destruidas en un día.
Tus castillos fortalezas
otro señor los regía.
Si me pides quién lo ha hecho,
yo muy bien te lo diría;
ese conde don Julián,
por amores de su hija,
porque se la deshonraste,
y más de ella no tenía,
juramento viene echando
que te ha de costar la vida.
Despertó muy congojado
con aquella voz que oía;
con cara triste y penosa
de esta suerte respondía:
-Mercedes a ti, Fortuna,
de esta tu mensajería.
Estando en esto llegó
uno que nuevas traía:
cómo el conde don Julián
las tierras le destruía.
Apriesa pide el caballo
y al encuentro le salía;
los enemigos son tantos
que esfuerzo no le valía;
que capitanes y gentes
huía el que más podía.
la luna estaba crecida,
los peces daban gemidos,
por el mal tiempo que hacía,
cuando el rey don Rodrigo
junto a la Cava dormía,
dentro de una rica tienda,
de oro bien guarecida.
Trescientas cuerdas de plata
que la tienda sostenían;
dentro había cien doncellas
vestidas a maravillas;
las cincuenta están tañendo
con muy extraña armonía;
las cincuenta están cantando
con muy dulce melodía.
Allí hablara una doncella
que Fortuna se decía:
-Si duermes, rey don Rodrigo
despierta por cortesía
y verás tus malos hados
tu peor postrimería,
y verás tus gentes muertas
y tu batalla rompida,
y tus villas y ciudades
destruidas en un día.
Tus castillos fortalezas
otro señor los regía.
Si me pides quién lo ha hecho,
yo muy bien te lo diría;
ese conde don Julián,
por amores de su hija,
porque se la deshonraste,
y más de ella no tenía,
juramento viene echando
que te ha de costar la vida.
Despertó muy congojado
con aquella voz que oía;
con cara triste y penosa
de esta suerte respondía:
-Mercedes a ti, Fortuna,
de esta tu mensajería.
Estando en esto llegó
uno que nuevas traía:
cómo el conde don Julián
las tierras le destruía.
Apriesa pide el caballo
y al encuentro le salía;
los enemigos son tantos
que esfuerzo no le valía;
que capitanes y gentes
huía el que más podía.
4.- Romance de Bernardo del Carpio
Con cartas y mensajeros
el rey al Carpio envió;
Bernardo, como es discreto,
de traición se receló;
las cartas echó en el suelo
y al mensajero habló:
-Mensajero eres, amigo,
no mereces culpa, no,
mas al rey que acá te envía
dígasle tú esta razón:
que no lo estimo yo a él
ni aun a cuantos con él son;
mas por ver lo que me quiere
todavía allá iré yo.
Y mandó juntar los suyos,
de esta suerte les habló:
-Cuatrocientos sois, los míos,
los que comedes mi pan:
los ciento irán al Carpio,
para el Carpio guardar;
los ciento por los caminos,
que a nadie dejan pasar;
doscientos iréis conmigo
para con el rey hablar;
si mala me la dijere,
peor se la he de tornar.
Por sus jornadas contadas
a la corte fue a llegar:
-Dios os mantenga, buen rey,
y a cuantos con vos están.
-Mal vengades vos, Bernardo,
traidor, hijo de mal padre,
dite yo el Carpio en tenencia,
tú tómaslo en heredad.
-Mentides, el rey, mentides,
que no dices la verdad,
que si yo fuese traidor,
a vos os cabría en parte.
Acordárseos debía
de aquella del Encinal,
cuando gentes extranjeras
allí os trataron tan mal,
que os mataron el caballo
y aun a vos querían matar;
Bernardo, como traidor,
de entre ellos os fue a sacar.
Allí me disteis el Carpio
de juro y de heredad,
prometístesme a mi padre,
no me guardaste verdad.
-Prendedlo, mis caballeros,
que igualado se me ha.
-Aquí, aquí los mis doscientos,
los que comedes mi pan,
que hoy era venido el día
que honra habemos de ganar.
El rey, de que aquesto viera,
de esta suerte fue a hablar:
-¿Qué ha sido aquesto, Bernardo,
que así enojado te has?
¿lo que hombre dice de burla
de veras vas a tomar?
Yo te do el Carpio, Bernardo,
de juro y de heredad.
-Aquesas burlas, el rey,
no son burlas de burlar;
llamásteme de traidor,
traidor, hijo de mal padre;
el Carpio yo no lo quiero,
bien lo podéis vos guardar,
que cuando yo lo quisiere,
muy bien lo sabré ganar.
el rey al Carpio envió;
Bernardo, como es discreto,
de traición se receló;
las cartas echó en el suelo
y al mensajero habló:
-Mensajero eres, amigo,
no mereces culpa, no,
mas al rey que acá te envía
dígasle tú esta razón:
que no lo estimo yo a él
ni aun a cuantos con él son;
mas por ver lo que me quiere
todavía allá iré yo.
Y mandó juntar los suyos,
de esta suerte les habló:
-Cuatrocientos sois, los míos,
los que comedes mi pan:
los ciento irán al Carpio,
para el Carpio guardar;
los ciento por los caminos,
que a nadie dejan pasar;
doscientos iréis conmigo
para con el rey hablar;
si mala me la dijere,
peor se la he de tornar.
Por sus jornadas contadas
a la corte fue a llegar:
-Dios os mantenga, buen rey,
y a cuantos con vos están.
-Mal vengades vos, Bernardo,
traidor, hijo de mal padre,
dite yo el Carpio en tenencia,
tú tómaslo en heredad.
-Mentides, el rey, mentides,
que no dices la verdad,
que si yo fuese traidor,
a vos os cabría en parte.
Acordárseos debía
de aquella del Encinal,
cuando gentes extranjeras
allí os trataron tan mal,
que os mataron el caballo
y aun a vos querían matar;
Bernardo, como traidor,
de entre ellos os fue a sacar.
Allí me disteis el Carpio
de juro y de heredad,
prometístesme a mi padre,
no me guardaste verdad.
-Prendedlo, mis caballeros,
que igualado se me ha.
-Aquí, aquí los mis doscientos,
los que comedes mi pan,
que hoy era venido el día
que honra habemos de ganar.
El rey, de que aquesto viera,
de esta suerte fue a hablar:
-¿Qué ha sido aquesto, Bernardo,
que así enojado te has?
¿lo que hombre dice de burla
de veras vas a tomar?
Yo te do el Carpio, Bernardo,
de juro y de heredad.
-Aquesas burlas, el rey,
no son burlas de burlar;
llamásteme de traidor,
traidor, hijo de mal padre;
el Carpio yo no lo quiero,
bien lo podéis vos guardar,
que cuando yo lo quisiere,
muy bien lo sabré ganar.
5.- Fernán González frente al rey
Castellanos y leoneses
tienen grandes divisiones,
el conde Fernán González
y el buen rey don Sancho Ordóñez;
sobre el partir de las tierras,
ahí pasan malas razones:
llamábanse de hideputas,
hijos de padres traidores;
echan mano a las espadas,
derriban ricos mantones.
No les pueden poner tregua
cuantos en la corte sone;
pónenselas dos frailes,
aquesos benditos monjes,
que el uno es tío del rey,
el otro hermano del conde.
Pónenlas por quince días,
que no pueden por más, no,
que se vayan a los prados
que dicen de Carrión.
Si mucho madruga el rey,
el conde no dormía, no.
El conde partió de Burgos,
y el rey partió de León;
venido se han a juntar
al vado de Carrión,
y a la pasada del río
movieron una cuestión:
los del rey, que pasarían,
y los del conde, que no.
El rey, como era risueño,
la su mula revolvió,
el conde, con lozanía,
su caballo arremetió;
con el agua y el arena
al buen rey le salpicó.
Allí hablara el buen rey,
su gesto muy demudado:
-Buen conde Fernán González,
mucho sois desmesurado,
si no fuera por las treguas
que los monjes nos han dado,
la cabeza de los hombros
ya yo os la hubiera quitado,
y con la sangre vertida
yo tiñiera aqueste vado.
El conde le respondiera,
como aquel que era osado:
-Eso que decís, buen rey,
véolo mal aliñado:
vos venís en gruesa mula,
yo en un ligero caballo;
vos traéis sayo de seda,
yo traigo un arnés trenzado;
vos traéis alfanje de oro,
yo traigo lanza en mi mano
vos traéis cetro de rey,
yo un venablo acerado;
vos con guantes olorosos,
yo con los de acero claro;
vos con la gorra de fiesta,
yo con un casco afinado;
vos traéis ciento de mula,
yo trescientos de a caballo.
Ellos en aquesto estando,
los frailes que han allegado:
-¡Tate, tate, caballeros!
¡Tate, tate, hijosdalgo!
¡Cuán mal cumplisteis las treguas
que nos habíades mandado!
Allí hablara el buen rey:
-Yo las cumpliré de grado.
Pero respondiera el conde:
-Yo de pies puesto en el campo.
Cuando vido aquesto el rey,
no quiso pasar el vado;
vuélvese para sus tierras,
malamente va enojado,
grandes bascas va haciendo,
reciamente va jurando,
que había de matar al conde
y destruir su condado.
Y mandó llamar a cortes,
por los grandes ha enviado;
todos ellos son venidos,
sólo el conde ha faltado.
Mensajero se le hace
a que cumpla su mandado;
el mensajero que fue
de esta suerte le ha hablado.
6.- Romance del Cid Ruy Díaz
Cabalga Diego Laínez
al buen rey besar la mano;
consigo se los llevaba
los trescientos hijosdalgo,
entre ellos iba Rodrigo,
el soberbio castellano.
Todos cabalgan a mula,
sólo Rodrigo a caballo;
todos visten oro y seda,
Rodrigo va bien armado;
todos espadas ceñidas,
Rodrigo estoque dorado;
todos con sendas varicas,
Rodrigo lanza en la mano;
todos guantes olorosos,
Rodrigo guante mallado;
todos sombreros muy ricos,
Rodrigo casco afilado,
y encima del casco lleva
un bonete colorado.
Andando por su camino,
unos con otros hablando,
allegados son a Burgos,
con el rey se han encontrado.
Los que vienen con el rey
entre sí van razonando;
unos lo dicen de quedo,
otros lo van preguntando:
-aquí viene, entre esta gente,
quien mató al conde Lozano.
Como lo oyera Rodrigo
en hito los ha mirado,
con alta y soberbia voz
de esta manera ha hablado:
-Si hay alguno entre vosotros
su pariente o adeudado
que se pese de su muerte,
salga luego a demandallo,
yo se lo defenderé,
quiera pie, quiera caballo.
Todos responden a una:
-Demándelo su pecado.
Todos se apearon juntos
para al rey besar la mano,
Rodrigo se quedó solo,
encima de su caballo;
entonces habló su padre,
bien oiréis lo que ha hablado:
-Apeaos vos, mi hijo,
besaréis al rey la mano
porque él es vuestro señor,
vos, hijo, sois su vasallo.
Desque Rodrigo esto oyó,
sintiose más agraviado;
las palabras que responde
son de hombre muy enojado:
-Si otro me lo dijera
ya me lo hubiera pagado,
mas por mandarlo vos, padre,
yo lo haré de buen grado.
Ya se apeaba Rodrigo
para al rey besar la mano;
al hincar de la rodilla
el estoque se ha arrancado;
espantose de esto el rey
y dijo como turbado:
-Quítate Rodrigo, allá,
quítateme allá, diablo,
que tienes el gesto de hombre
y los hechos de león bravo.
Como Rodrigo esto oyó
aprisa pide el caballo;
con una voz alterada
contra el rey así ha hablado:
-Por besar mano de rey
no me tengo por honrado,
porque la besó mi padre
me tengo por afrentado.
En diciendo estas palabras
salido se ha del palacio,
consigo se los tornaba
los trescientos hijosdalgo.
Si bien vinieron vestidos,
volvieron mejor armados,
y si vinieron en mulas,
todos vuelven en caballos.
7.- Romance del rey don Sancho
-¡Rey don Sancho, rey don Sancho!,
no digas que no te aviso,
que de dentro de Zamora
un alevoso ha salido;
llámase Vellido Dolfos,
hijo de Dolfos Vellido,
cuatro traiciones ha hecho,
y con ésta serán cinco;
si gran traidor fue el padre,
mayor traidor es el hijo.
Gritos dan en el real:
-¡A don Sancho han mal herido,
muerto le ha Vellido Dolfos,
gran traición ha cometido!
Desque le tuviera muerto,
metiose por un postigo;
por las calle de Zamora
va dando voces y gritos:
-Tiempo era, doña Urraca,
de cumplir lo prometido.
C) Épicos franceses y británicos
8.- Lanzarote y el orgulloso
Nunca fuera caballero
de damas tan bien servido
como fuera Lanzarote
cuando de Bretaña vino,
que dueñas curaban de él,
doncellas del su rocino.
Esa dueña Quintañona,
ésa le escanciaba el vino,
la linda reina Ginebra
se lo acostaba consigo;
y estando al mejor sabor,
que sueño no había dormido,
la reina toda turbada
un pleito ha conmovido:
-Lanzarote, Lanzarote,
si antes hubieras venido,
no hablara el orgulloso
las palabras que había dicho,
que a pesar de vos, señor,
se acostaría conmigo.
Ya se arma Lanzarote
de gran pesar conmovido,
despídese de su amiga,
pregunta por el camino.
Topó con el orgulloso
debajo de un verde pino,
combátense de las lanzas,
a las hachas han venido.
Ya desmaya el orgulloso,
ya cae en tierra tendido.
Cortárale la cabeza,
sin hacer ningún partido;
vuélvese para su amiga
donde fue bien recibido.
9.- Romance de doña Alda
En París está doña Alda,
la esposa de don Roldán,
trescientas damas con ella
para la acompañar;
todas visten un vestido,
todas calzan un calzar,
todas comen a una mesa,
todas comían de un pan,
sino era doña Alda,
que era la mayoral.
Las ciento hilaban oro,
las ciento tejen cendal,
las ciento instrumentos tañen
para doña Alda holgar.
Al son de los instrumentos
doña Alda dormido se ha;
esoñando había un sueño,
un sueño de gran pesar.
Recordó despavorida
y con un pavor muy grande;
los gritos daba tan grandes
que se oían en la ciudad.
Allí hablaron sus doncellas,
bien oiréis lo que dirán:
-¿Qué es aquesto, mi señora?
¿Quién es el que os hizo mal?
-Un sueño soñé, doncellas,
que me ha dado gran pesar:
que me veía en un monte
en un desierto lugar:
do so los montes muy altos,
un azor vide volar,
tras d'él viene un aguililla
que lo ahínca muy mal;
el azor con grande cuita,
metióse so mi brial:
el águililla con grande ira,
de allí lo iba a sacar.
Con las uñas lo despluma,
con el pico lo deshace.-
Allí habló su camarera,
bien oiréis lo que dirá:
-Aquese sueño, señora,
bien os lo entiendo soltar:
el azor es vuestro esposo,
que viene de allén la mar;
el águila sodes vos,
con la cual ha de casar,
y aquel monte es la iglesia
donde os han de velar.
-Si así es, mi camarera,
bien te lo entiendo pagar.-
Otro día de mañana
cartas de fuera le traen;
tintas venían de dentro,
de fuera escritas con sangre:
que su Roldán era muerto
en caza de Roncesvalles
D) Novelescos
10.- Romance del Conde Arnaldos
Quién hubiera tal ventura
sobre las aguas del mar,
como hubo el conde Arnaldos
la mañana de san Juan
yendo a buscar la caza
para su falcón cebar,
vio venir una galera
que a tierra quiere llegar
las velas trae de seda
jarcias de oro torzal
áncoras tiene de plata
tablas de fino coral
marinero que la guía
diciendo viene un cantar
que la mar ponía en calma
los vientos hace amainar
las aves que van volando
al mástil vienen posar
los peces que andan al fondo
arriba los hace andar.
Allí habló el infante Arnaldos
bien oiréis lo que dirá
"Por tu vida el marinero
dígasme ahora ese cantar"
Respondióle el marinero
tal respuesta le fue a dar
"Yo no digo mi canción
sino a quien conmigo va".
sobre las aguas del mar,
como hubo el conde Arnaldos
la mañana de san Juan
yendo a buscar la caza
para su falcón cebar,
vio venir una galera
que a tierra quiere llegar
las velas trae de seda
jarcias de oro torzal
áncoras tiene de plata
tablas de fino coral
marinero que la guía
diciendo viene un cantar
que la mar ponía en calma
los vientos hace amainar
las aves que van volando
al mástil vienen posar
los peces que andan al fondo
arriba los hace andar.
Allí habló el infante Arnaldos
bien oiréis lo que dirá
"Por tu vida el marinero
dígasme ahora ese cantar"
Respondióle el marinero
tal respuesta le fue a dar
"Yo no digo mi canción
sino a quien conmigo va".
11.- Fontefrida
Fontefrida, Fontefrida
Fontefrida y con amor,
do todas las avecicas
van tomar consolación,
sino es la tortolica,
que está viuda y con dolor.
Por ahí fuera a pasar
el traidor del ruiseñor;
las palabras que le dice
llenas son de traición:
«Si tú quisieses, señora,
yo sería tu servidor.»
«Vete de ahí, enemigo,
malo, falso, engañador,
que ni poso en ramo verde
ni en ramo que tenga flor,
que si el agua hallo clara
turbia la bebiera yo;
que no quiero haber marido
porque hijos no haya, no;
no quiero placer con ellos
ni menos consolación.
¡Déjame triste, enemigo,
malo, falso, mal traidor;
que no quiero ser tu amiga
ni casar contigo, no!»
12.- El prisionero
Que por mayo era, por mayo,
cuando los grandes calores,
cuando los enamorados
van servir á sus amores,
sino yo, triste mezquino,
que yago en estas prisiones,
que ni sé cuándo es de dia,
ni ménos cuándo es de noche
sino por una avecilla
que me cantaba al albor:
matómela un ballestero;
¡déle Dios mal galardón!
cuando los grandes calores,
cuando los enamorados
van servir á sus amores,
sino yo, triste mezquino,
que yago en estas prisiones,
que ni sé cuándo es de dia,
ni ménos cuándo es de noche
sino por una avecilla
que me cantaba al albor:
matómela un ballestero;
¡déle Dios mal galardón!
13.- Romance de Marquillos
¡Cuán traidor eres, Marquillos!
¡Cuán traidor de corazón!
Por dormir con tu señora
habías muerto a tu señor.
Desque lo tuviste muerto
quitástele el chapirón;
fuéraste al castillo fuerte
donde está la Blanca Flor.
-Ábreme, linda señora,
que aquí viene mi señor;
si no lo quieres creer,
veis aquí su chapirón.
Blanca Flor, desque lo viera,
las puertas luego le abrió;
echóle brazos al cuello,
allí luego la besó;
abrazándola y besando
a un palacio la metió.
-Marquillos, por Dios te ruego
que me otorgases un don:
que no durmieses conmigo
hasta que rayase el sol.
Marquillos, como es hidalgo,
el don luego le otorgó;
como viene tan cansado
en llegado se adurmió.
Levantóse muy ligera
la hermosa Blanca Flor,
tomara cuchillo en mano
y a Marquillos degolló.
14.- Romance del Conde Olinos
Madrugaba el conde Olinos,
mañanita de San Juan,
a darle agua a su caballo
a las orillas del mar.
Mientras el caballo bebe
él canta un dulce cantar.
Todas las aves del cielo
se paraban a escuchar.
Caminante que camina
olvida su caminar;
navegante que navega
la nave vuelve hacia allá.
La reina estaba labrando,
la hija durmiendo está.
Levantaos, Albaniña,
de vuestro dulce soñar.
No es la sirenita, madre,
la de tan bello cantar,
que es la voz del conde Olinos
que por mí quiere finar.
Si por tus amores pena,
¡oh, malaya su cantar!
Ni porque nunca lo goces
yo lo mandaré matar.
Si lo manda matar, madre,
juntos nos has de enterrar.
Él murió a la medianoche
y ella a los gallos cantar.
A ella como hija de reyes
la entierran en el altar,
a él como hijo de condes
unos pasos más atrás.
De ella nace un rosal blanco,
de él nació un espino albar;
crece el uno, crece el otro
los dos se van a juntar.
Las ramitas que se alcanzan
fuertes abrazos se dan,
y las que no se alcanzaban
no dejan de suspirar.
La reina, llena de envidia,
ambos las mandó matar.
El galán que los cortaba
no cesaba de llorar.
De ella naciera una garza,
de él un fuerte gavilán,
juntos vuelan por el cielo,
juntos vuelan par a par.
mañanita de San Juan,
a darle agua a su caballo
a las orillas del mar.
Mientras el caballo bebe
él canta un dulce cantar.
Todas las aves del cielo
se paraban a escuchar.
Caminante que camina
olvida su caminar;
navegante que navega
la nave vuelve hacia allá.
La reina estaba labrando,
la hija durmiendo está.
Levantaos, Albaniña,
de vuestro dulce soñar.
No es la sirenita, madre,
la de tan bello cantar,
que es la voz del conde Olinos
que por mí quiere finar.
Si por tus amores pena,
¡oh, malaya su cantar!
Ni porque nunca lo goces
yo lo mandaré matar.
Si lo manda matar, madre,
juntos nos has de enterrar.
Él murió a la medianoche
y ella a los gallos cantar.
A ella como hija de reyes
la entierran en el altar,
a él como hijo de condes
unos pasos más atrás.
De ella nace un rosal blanco,
de él nació un espino albar;
crece el uno, crece el otro
los dos se van a juntar.
Las ramitas que se alcanzan
fuertes abrazos se dan,
y las que no se alcanzaban
no dejan de suspirar.
La reina, llena de envidia,
ambos las mandó matar.
El galán que los cortaba
no cesaba de llorar.
De ella naciera una garza,
de él un fuerte gavilán,
juntos vuelan por el cielo,
juntos vuelan par a par.
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