Benito Jerónimo Feijóo, “En defensa de las mujeres”, Teatro Crítico Universal (1726-1740).
1. En grave empeño me pongo. No es ya sólo un vulgo ignorante con quien entro en la contienda: defender a todas las mujeres, viene a ser lo mismo que ofender a casi todos los hombres: pues raro hay que no se interese en la precedencia de su sexo con desestimación del otro. A tanto se ha extendido la opinión común en vilipendio de las mujeres, que apenas admite en ellas cosa buena. En lo moral las llena de defectos, y en lo físico de imperfecciones. Pero donde más fuerza hace, es en la limitación de sus entendimientos. Por esta razón, después de defenderlas con alguna brevedad sobre otros capítulos, discurriré más largamente sobre su aptitud para todo género [326] de ciencias, y conocimientos sublimes.
4. No niego los vicios de muchas. ¡Mas ay! Si se aclarara la genealogía de sus desórdenes, ¡cómo se hallaría tener su primer origen en el porfiado impulso de individuos de nuestro sexo! Quien quisiere hacer buenas a todas las mujeres, convierta a todos los hombres. Puso en ellas la naturaleza por antemural la vergüenza contra todas las baterías del apetito, y rarísima vez se le abre a esta muralla la brecha por la parte interior de la plaza.
7. Ya oigo contra nuestro asunto aquella proposición de mucho ruido, y de ninguna verdad, que las mujeres son causa de todos los males. En cuya comprobación hasta los ínfimos de la plebe inculcan a cada paso que la Caba indujo la pérdida de España, y Eva la de todo el mundo.
8. Pero el primer ejemplo absolutamente es falso. El Conde D. Julián fue quien trajo los Moros a España, sin que su hija se lo persuadiese, quien no hizo más que manifestar al padre su afrenta. ¡Desgraciadas mujeres, si en el caso de que un insolente las atropelle, han de ser privadas del alivio de desahogarse con el padre, o con el esposo! Eso quisieran los agresores de semejantes temeridades. Si alguna vez se sigue una venganza injusta, será la culpa, no de la inocente ofendida, sino del que la ejecuta con el acero, y del que dio ocasión con el insulto; y así entre los hombres queda todo el delito.
9. El segundo ejemplo, si prueba que las mujeres en común son peores que los hombres, prueba del mismo modo que los Ángeles en común son peores que las mujeres: porque como Adán fue inducido a pecar por una mujer, la mujer fue inducida por un Ángel. No está hasta ahora decidido quién pecó más gravemente, si Adán, si Eva; porque los Padres están divididos. Y en verdad que la disculpa que da Cayetano a favor de Eva, de que fue engañada por una criatura de muy superior inteligencia, y sagacidad, circunstancia que no concurrió en Adán, rebaja mucho, respecto de este, el delito de aquella.
19. Y para empezar a hacernos cargo de la dificultad (dejando por ahora a parte la cuestión del entendimiento, que se ha de disputar separada, y más de intento en este Discurso) por tres prendas, en que hacen notoria ventaja a las mujeres, parece se debe la preferencia a los hombres, robustez, constancia, y prudencia. Pero aun concedidas por las mujeres estas ventajas, pueden pretender el empate, señalando otras tres prendas, en que exceden ellas: hermosura, docilidad, y sencillez.
35. De prudencia política sobran ejemplos en mil Princesas por extremo hábiles. Ninguna edad olvidará la primera mujer, en quien desemboza la Historia las obscuridades de la fábula: Semíramis, digo, Reina de los Asirios, que educada en su infancia por las palomas, se elevó después sobre las águilas; pues no sólo se supo hacer obedecer ciegamente de los súbditos, que le había dejado su esposo; mas hizo también súbditos todos los Pueblos vecinos, y vecinos de su Imperio los más distantes, extendiendo sus conquistas, por una parte hasta la Etiopía, por otra hasta la India. Ni a Artemisa, Reina de Caria, que no sólo mantuvo en su larga viudez la adoración de aquel Reino; mas siendo asaltada de los Rodios dentro de él, con dos singularísimos estratagemas, en dos lances solos destruyó las Tropas que le habían invadido: y pasando velozmente de la defensiva a la 8y un largo etcétera)ofensiva, conquistó, y triunfó de la Isla de Rodas. Ni a las dos Aspasias, [...]
41. Hasta aquí de la prudencia política, contentándonos con bien pocos ejemplos, y dejando muchos. De la prudencia económica es ocioso hablar, cuando todos los días se están viendo casas muy bien gobernadas por las mujeres, y muy desgobernadas por los hombres.
59. Al caso: hombres fueron los que escribieron esos libros, en que se condena por muy inferior el entendimiento de las mujeres. Si mujeres los hubieran escrito, nosotros quedaríamos debajo.
62. Estos discursos contra las mujeres son de hombres superficiales. Ven que por lo común no saben sino aquellos oficios caseros, a que están destinadas; y de aquí infieren (aun sin saber que lo infieren de aquí, pues no hacen sobre ello algún acto reflejo) que no son capaces de otra cosa. El más corto Lógico sabe, que de la carencia del acto a la carencia de la potencia no vale la ilación; y así, de que las mujeres no sepan más, no se infiere que no tengan talento para más.
63. Nadie sabe más que aquella facultad que estudia, sin que de aquí se pueda colegir, sino bárbaramente, que [351] la habilidad no se extiende a más que la aplicación. Si todos los hombres se dedicasen a la Agricultura (como pretendía el insigne Tomás Moro en su Utopía) de modo que no supiesen otra cosa, ¿sería esto fundamento para discurrir que no son los hombres hábiles para otra cosa? Entre los Drusos, Pueblos de la Palestina, son las mujeres las únicas depositarias de las letras, pues casi todas saben leer, y escribir; y en fin, lo poco, o mucho que hay de literatura en aquella gente, está archivado en los entendimientos de las mujeres, y oculto del todo a los hombres; los cuales sólo se dedican a la Agricultura, a la Guerra, y a la Negociación. Si en todo el mundo hubiera la misma costumbre, tendrían sin duda las mujeres a los hombres por inhábiles para las letras, como hoy juzgan los hombres ser inhábiles las mujeres. Y como aquel juicio sería sin duda errado, lo es del mismo modo el que ahora se hace, pues procede sobre el mismo fundamento.
73. Ni yo sé qué fundamento puede tener esta pretendida desigualdad más que el que llevo dicho, y cuya equivocación he descubierto. Porque si se me dice que la experiencia lo ha demostrado, ya está prevenido que la experiencia que se alega es engañosa, y manifestados varios capítulos de su falacia.
82. Asiento, pues, a que la mayor, o menor claridad, y facilidad en entender, depende en gran parte de la diferente organización; pero no de la diferente organización sensible de las partes mayores; sí de la insensible de partes minutísimas, como de la diferente textura, o firmeza de sutilísimas fibras, y de la mayor, o menor concavidad, limpieza, y tersura, de los delicadísimos canales, por donde comercian los espíritus. Y nada de esto podemos saber si es distinto en los hombres que en las mujeres, porque no alcanzan a discernirlo los anteojos anatómicos: como ni los Cartesianos, por buenos microscopios que busquen, podrán explorar si la glándula pineal, que señalan por total domicilio de la alma, tiene diferente textura en las mujeres que en los hombres.
137. Hemos omitido en este catálogo de mujeres eruditas muchas modernas, porque no saliese muy dilatado; y todas las antiguas, porque se encuentran en infinitos libros. Baste saber (y esto parece más que todo) que casi todas las mujeres, que se han dedicado a las letras, lograron en ellas considerables ventajas; siendo así que entre los hombres apenas de ciento que siguen los estudios, salen tres, o cuatro verdaderamente sabios.
155. Sepan, pues, las mujeres, que no son en el conocimiento inferiores a los hombres: con eso entrarán confiadamente a rebatir sus sofismas, donde se disfrazan con capa de razón las sinrazones. Si a la mujer la persuaden, que el hombre, respecto de ella, es un oráculo, a la más indigna propuesta prestará atento el oído, y reverenciará como verdad infalible la falsedad más notoria. Bien se sabe a qué torpezas han reducido los Herejes, que llamamos Molinistas, a muchas mujeres antecedentemente muy virtuosas. ¿De qué nació la perversión, sino de haber imaginado en ellos unos hombres de superiores luces, y de haber desconfiado con demasía del propio entendimiento, cuando les estaba representando bien claramente la falsedad de aquellos venenosos dogmas?
Comentarios
Publicar un comentario