FRAGMENTOS
DEL CANTAR DE MIO CID
CANTAR 1ºEl Cid deja sus
casas y tierras
De los sus ojos tan fuertemente llorando,
volvía la cabeza, se las quedaba mirando:
vio puertas abiertas, postigos sin candados,
y las perchas vacías, sin pieles y sin mantos,
o sin halcones, o sin azores mudados.
Suspiró mio Cid, que se sentía muy preocupado;
habló mio Cid, bien y muy mesurado:
"gracias doy, señor padre, que estás en lo alto,
esto me han urdido mis enemigos malos."
volvía la cabeza, se las quedaba mirando:
vio puertas abiertas, postigos sin candados,
y las perchas vacías, sin pieles y sin mantos,
o sin halcones, o sin azores mudados.
Suspiró mio Cid, que se sentía muy preocupado;
habló mio Cid, bien y muy mesurado:
"gracias doy, señor padre, que estás en lo alto,
esto me han urdido mis enemigos malos."
Allí
piensan aguijar, allí sueltan las riendas.
A
la salida de Vivar, tuvieron la corneja diestra,
y,
entrando en Burgos, tuviéronla siniestra.
Meció
mío Cid los hombros y movió la cabeza:
¡albricias,
Álvar Fáñez, que echados somos de tierra!
Mío
Cid Ruy Díaz por Burgos entraba,
en
su compañía, sesenta pendones llevaba.
Salíanlo
a ver mujeres y varones,
burgueses
y burguesas por las ventanas son,
llorando
de los ojos, ¡tanto sentían el dolor!
De
las sus bocas, todos decían una razón:
¡Dios,
qué buen vasallo, si tuviese buen señor!
(El Cid pasa por San Pedro
de Cardeña para despedirse de su mujer, doña Jimena, y a sus hijas, doña Elvira
y doña Sol.)
He aquí a doña Jimena que
con sus hijas va llegando;
dos dueñas las traen a ambas en sus brazos.
Ante el Campeador doña Jimena las rodillas ha hincado.
dos dueñas las traen a ambas en sus brazos.
Ante el Campeador doña Jimena las rodillas ha hincado.
Lloraba de los ojos,
quiso besarle las manos:
«¡Ya Campeador, en hora buena engendrado,
«por malos intrigantes de Castilla sois echado!»
«Ay, mi señor, barba tan cumplida,
«aquí estamos ante vos yo y vuestras hijas,
«(muy niñas son y de pocos días),
«con estas mis damas de quien soy yo servida.
«Ya lo veo que estáis de partida,
«y nosotras y vos nos separamos en vida.
«¡Dadnos consejo, por amor de Santa María!»
Alargó las manos el de la barba bellida,
a las sus hijas en brazos las cogía,
acercólas al corazón que mucho las quería.
Llora de los ojos, muy fuertemente suspira:
«Ay, doña Jimena, mi mujer muy querida,
«como a mi propia alma así tanto os quería.
«Ya lo veis que nos separan en vida,
«yo parto y vos quedáis sin mi compañía.
«Quiera Dios y Santa María,
«que aún con mis manos case estas mis hijas,
«y vos, mujer honrada, de mí seáis servida».
«¡Ya Campeador, en hora buena engendrado,
«por malos intrigantes de Castilla sois echado!»
«Ay, mi señor, barba tan cumplida,
«aquí estamos ante vos yo y vuestras hijas,
«(muy niñas son y de pocos días),
«con estas mis damas de quien soy yo servida.
«Ya lo veo que estáis de partida,
«y nosotras y vos nos separamos en vida.
«¡Dadnos consejo, por amor de Santa María!»
Alargó las manos el de la barba bellida,
a las sus hijas en brazos las cogía,
acercólas al corazón que mucho las quería.
Llora de los ojos, muy fuertemente suspira:
«Ay, doña Jimena, mi mujer muy querida,
«como a mi propia alma así tanto os quería.
«Ya lo veis que nos separan en vida,
«yo parto y vos quedáis sin mi compañía.
«Quiera Dios y Santa María,
«que aún con mis manos case estas mis hijas,
«y vos, mujer honrada, de mí seáis servida».
(Conquistas del Cid)
Embrazaron
los escudos delante del corazón:
las
lanzas ponen en ristre envueltas en su pendón;
todos
inclinan las caras por encima del arzón
y
arrancan contra los moros con muy bravo corazón.
A
grandes voces decía el que en buena hora nació:
"¡Heridlos,
mis caballeros, por amor del Creador,
aquí
está el Cid, Don Rodrigo Diaz el Campeador!".
Todos
caen sobre aquel grupo donde Bermúdez se entró
Éranse
trescientas lanzas, cada cual con su pendón.
Cada
guerrero del Cid a un enemigo mató,
al
revolver para atrás otros tantos muertos son.
Allí
vierais tantas lanzas, todas subir y bajar,
allí
vierais tanta adarga romper y agujerear,
las
mallas de las lorigas allí vierais quebrantar
y
tantos pendones blancos que rojos de sangre están
y
tantos buenos caballos que sin sus jinetes van.
A
Santiago y a Mahoma todo se vuelve invocar.
Por
aquel campo caídos, en un poco de lugar
de
moros muertos había unos mil trescientos ya.
CANTAR 2º Las pretensiones
de los infantes de Carrión
De los infantes de Carrión
yo os quiero contar,
Hablando en consejo con todo secreto están:
Las nuevas de mío Cid muy adelante van;
Demandemos sus hijas para con ellas casar;
Creceremos en nuestra honra e iremos adelante.
Venían al rey Alfonso con esta puridad:
Hablando en consejo con todo secreto están:
Las nuevas de mío Cid muy adelante van;
Demandemos sus hijas para con ellas casar;
Creceremos en nuestra honra e iremos adelante.
Venían al rey Alfonso con esta puridad:
(Los infantes de Carrión
proponen al Rey la solicitud de matrimonio con las hijas del Cid. El Rey trata
el asunto con Minaya y Pero Bermúdez, y pide vistas con el Cid, que comunica
por escrito la respuesta al Rey).
Merced os pedimos, como a
Rey y a señor natural;
Con vuestro consejo lo queremos hacer nos,
Que nos demandéis las hijas del Campeador;
Casar queremos con ellas a su honra y a nuestra pro.
Una gran hora el Rey pensó y meditó:
Yo eché de tierra al buen Campeador,
Y, haciéndo yo a él mal y él a mí gran pro,
Del casamiento no sé si tendrá sabor;
Mas, pues vos lo queréis, entremos en la razón.
A Minaya Álvar Fáñez y a Pero Bermúdez,
El rey don Alfonso entonces los llamó;
A una cuadra, él los apartó:
Oídme, Minaya, y Pero Bermúdez, vos:
Sírveme mío Cid, el Campeador,
Él lo merece y de mí tendrá perdón;
Viniéseme a vistas si de ello hubiese sabor.
Otros mandados hay en esta mi corte:
Diego y Fernando, los infantes de Carrión,
Sabor han de casar con sus hijas ambas a dos;
Sed buenos mensajeros y ruégooslo yo
Que se lo digáis al buen Campeador.
Con vuestro consejo lo queremos hacer nos,
Que nos demandéis las hijas del Campeador;
Casar queremos con ellas a su honra y a nuestra pro.
Una gran hora el Rey pensó y meditó:
Yo eché de tierra al buen Campeador,
Y, haciéndo yo a él mal y él a mí gran pro,
Del casamiento no sé si tendrá sabor;
Mas, pues vos lo queréis, entremos en la razón.
A Minaya Álvar Fáñez y a Pero Bermúdez,
El rey don Alfonso entonces los llamó;
A una cuadra, él los apartó:
Oídme, Minaya, y Pero Bermúdez, vos:
Sírveme mío Cid, el Campeador,
Él lo merece y de mí tendrá perdón;
Viniéseme a vistas si de ello hubiese sabor.
Otros mandados hay en esta mi corte:
Diego y Fernando, los infantes de Carrión,
Sabor han de casar con sus hijas ambas a dos;
Sed buenos mensajeros y ruégooslo yo
Que se lo digáis al buen Campeador.
CANTAR 3º La cobardía de
los Infantes de Carrión
En Valencia estaba el Cid y
los que con él son;
con él están sus yernos, los infantes de Carrión.
Echado en un escaño, dormía el Campeador,
cuando algo inesperado de pronto sucedió:
salió de la jaula y desatóse el león.
Por toda la corte un gran miedo corrió;
embrazan sus mantos los del Campeador
y cercan el escaño protegiendo a su señor.
Fernando González, infante de Carrión,
no halló dónde ocultarse, escondite no vio;
al fin, bajo el escaño, temblando, se metió.
Diego González por la puerta salió,
diciendo a grandes voces: «¡No veré Carrión!»
Tras la viga de un lagar se metió con gran pavor;
la túnica y el manto todo sucios los sacó.
En esto despertó el que en buen hora nació;
a sus buenos varones cercando el escaño vio:
«¿Qué es esto, caballeros? ¿Qué es lo que queréis vos?»
«¡Ay, señor honrado, un susto nos dio el león».
Mío Cid se ha incorporado, en pie se levantó,
el manto trae al cuello, se fue para el león;
el león, al ver al Cid, tanto se atemorizó
que, bajando la cabeza, ante mío Cid se humilló.
Mío Cid don Rodrigo del cuello lo cogió,
lo lleva por la melena, en su jaula lo metió.
Maravillados están todos lo que con él son;
lleno de asombro, al palacio todo el mundo se tornó.
Mío Cid por sus yernos preguntó y no los halló;
aunque los está llamando, ninguno le respondió.
Cuando los encontraron pálidos venían los dos;
del miedo de los Infantes todo el mundo se burló.
Prohibió aquellas burlas mío Cid el Campeador.
Quedaron avergonzados los infantes de Carrión.
con él están sus yernos, los infantes de Carrión.
Echado en un escaño, dormía el Campeador,
cuando algo inesperado de pronto sucedió:
salió de la jaula y desatóse el león.
Por toda la corte un gran miedo corrió;
embrazan sus mantos los del Campeador
y cercan el escaño protegiendo a su señor.
Fernando González, infante de Carrión,
no halló dónde ocultarse, escondite no vio;
al fin, bajo el escaño, temblando, se metió.
Diego González por la puerta salió,
diciendo a grandes voces: «¡No veré Carrión!»
Tras la viga de un lagar se metió con gran pavor;
la túnica y el manto todo sucios los sacó.
En esto despertó el que en buen hora nació;
a sus buenos varones cercando el escaño vio:
«¿Qué es esto, caballeros? ¿Qué es lo que queréis vos?»
«¡Ay, señor honrado, un susto nos dio el león».
Mío Cid se ha incorporado, en pie se levantó,
el manto trae al cuello, se fue para el león;
el león, al ver al Cid, tanto se atemorizó
que, bajando la cabeza, ante mío Cid se humilló.
Mío Cid don Rodrigo del cuello lo cogió,
lo lleva por la melena, en su jaula lo metió.
Maravillados están todos lo que con él son;
lleno de asombro, al palacio todo el mundo se tornó.
Mío Cid por sus yernos preguntó y no los halló;
aunque los está llamando, ninguno le respondió.
Cuando los encontraron pálidos venían los dos;
del miedo de los Infantes todo el mundo se burló.
Prohibió aquellas burlas mío Cid el Campeador.
Quedaron avergonzados los infantes de Carrión.
¡Grandemente les pesa esto que
les sucedió!
(La afrenta de Corpes)
Quédanse solos los cuatro,
todo el mundo se marchó,
tanta maldad meditaron los infantes de Carrión.
tanta maldad meditaron los infantes de Carrión.
"Escuchadnos bien,
esposas, Doña Elvira y Doña Sol:
vais a ser escarnecidas en estos montes las dos,
nos marcharemos dejándoos aquí a vosotras, y no
tendréis parte en nuestras tierras del condado de Carrión.
Luego con estas noticias irán al Campeador
y quedaremos vengados por aquello del león." […]
Desfallecidas se quedan, tan fuertes los golpes son,
los briales y camisas mucha sangre los cubrió.
Bien se hartaron de pegar los infantes de Carrión,
vais a ser escarnecidas en estos montes las dos,
nos marcharemos dejándoos aquí a vosotras, y no
tendréis parte en nuestras tierras del condado de Carrión.
Luego con estas noticias irán al Campeador
y quedaremos vengados por aquello del león." […]
Desfallecidas se quedan, tan fuertes los golpes son,
los briales y camisas mucha sangre los cubrió.
Bien se hartaron de pegar los infantes de Carrión,
esforzándose por ver quién
pegaba mejor.
Ya no podían hablar Doña Elvira y Doña Sol.
En el robledal de Corpes por muertas quedan las dos.
Ya no podían hablar Doña Elvira y Doña Sol.
En el robledal de Corpes por muertas quedan las dos.
Lleváronse los infantes
los mantos y pieles finas
y desmayadas las dejan, en briales y camisas,
entre las aves del monte y tantas fieras malignas.
Por muertas se las dejaron, por muertas que no por vivas.
y desmayadas las dejan, en briales y camisas,
entre las aves del monte y tantas fieras malignas.
Por muertas se las dejaron, por muertas que no por vivas.
[Álvar Fáñez y muchos
hombres del Cid van a recoger a doña Elvira y doña Sol. La reunión es
emocionante. Todos vuelven a Valencia. El Cid recibe un mensaje diciéndole que
están cerca.]
Al que en buen hora nació
llegaba el mensaje,
aprisa cabalga, a recibirlos sale;
iba jugando las armas, grandes gozos hace.
Mío Cid a sus hijas íbalas a abrazar,
besándolas a ambas sonriéndoles está:
«¿Venís, hijas mías? ¡Dios os guarde de mal!
«Yo accedí a vuestras bodas, no me pude negar.
«Quiera el Creador, que en el cielo está,
«que os vea mejor casadas de aquí en adelante.
«De mis yernos de Carrión, ¡Dios me haga vengar!»
Las hijas al padre la mano van a besar.
Jugando las armas iban, entraron en la ciudad;
doña Jimena, su madre, gozosa las fue a abrazar.
El que en buen hora nació no lo quiso retardar;
de los suyos, en privado, se quiso aconsejar:
al rey Alfonso, un mensaje decidieron enviar.
aprisa cabalga, a recibirlos sale;
iba jugando las armas, grandes gozos hace.
Mío Cid a sus hijas íbalas a abrazar,
besándolas a ambas sonriéndoles está:
«¿Venís, hijas mías? ¡Dios os guarde de mal!
«Yo accedí a vuestras bodas, no me pude negar.
«Quiera el Creador, que en el cielo está,
«que os vea mejor casadas de aquí en adelante.
«De mis yernos de Carrión, ¡Dios me haga vengar!»
Las hijas al padre la mano van a besar.
Jugando las armas iban, entraron en la ciudad;
doña Jimena, su madre, gozosa las fue a abrazar.
El que en buen hora nació no lo quiso retardar;
de los suyos, en privado, se quiso aconsejar:
al rey Alfonso, un mensaje decidieron enviar.
(El rey restablece la honra
del Cid y de su familia)
He aquí que dos caballeros
entraron en la corte;
al uno dicen Ojarra, de Navarra embajador,
al otro Iñigo Jiménez, del infante de Aragón.
Besan las manos al rey don Alfonso,
piden sus hijas a mío Cid el Campeador,
para ser reinas de Navarra y de Aragón
y que se las diesen con honra y bendición.
al uno dicen Ojarra, de Navarra embajador,
al otro Iñigo Jiménez, del infante de Aragón.
Besan las manos al rey don Alfonso,
piden sus hijas a mío Cid el Campeador,
para ser reinas de Navarra y de Aragón
y que se las diesen con honra y bendición.
Romances
Romance del prisionero
Que por mayo era, por
mayo,
cuando hace la calor,
cuando los trigos encañan
y están los campos en flor,
cuando canta la calandria
y responde el ruiseñor,
cuando los enamorados
van a servir al amor;
sino yo, triste, cuitado,
que vivo en esta prisión;
que ni sé cuándo es de día
ni cuándo las noches son,
sino por una avecilla
que me cantaba el albor.
Matómela un ballestero;
déle Dios mal galardón.
cuando hace la calor,
cuando los trigos encañan
y están los campos en flor,
cuando canta la calandria
y responde el ruiseñor,
cuando los enamorados
van a servir al amor;
sino yo, triste, cuitado,
que vivo en esta prisión;
que ni sé cuándo es de día
ni cuándo las noches son,
sino por una avecilla
que me cantaba el albor.
Matómela un ballestero;
déle Dios mal galardón.
Romance de Fontefrida
Fontefrida,
Fontefrida,
Fontefrida y con amor,
do todas las avecicas
van tomar consolación,
si no es la tortolica
que está viuda y con dolor.
Por ahí fuera pasar
el traidor del ruiseñor,
las palabras que él decía
llenas son de traición;
—Si tu quisieses, señora,
yo sería tu servidor.
—Vete de ahí, enemigo,
malo, falso, engañador,
que ni poso en ramo verde,
ni en prado que tenga flor,
que si hallo el agua clara,
turbia la bebía yo;
que no quiero haber marido,
porque hijos no haya, no,
no quiero placer con ellos,
ni menos consolación.
Déjame, triste enemigo,
malo, falso, mal traidor,
que no quiero ser tu amiga
ni casar contigo, no.
Fontefrida y con amor,
do todas las avecicas
van tomar consolación,
si no es la tortolica
que está viuda y con dolor.
Por ahí fuera pasar
el traidor del ruiseñor,
las palabras que él decía
llenas son de traición;
—Si tu quisieses, señora,
yo sería tu servidor.
—Vete de ahí, enemigo,
malo, falso, engañador,
que ni poso en ramo verde,
ni en prado que tenga flor,
que si hallo el agua clara,
turbia la bebía yo;
que no quiero haber marido,
porque hijos no haya, no,
no quiero placer con ellos,
ni menos consolación.
Déjame, triste enemigo,
malo, falso, mal traidor,
que no quiero ser tu amiga
ni casar contigo, no.
Romance del Enamorado y la
Muerte
Un sueño soñaba
anoche,
soñito del alma mía,
soñaba con mis amores,
que en mis manos los tenía,
Vi entrar señora tan blanca,
muy más que la nieve fría.
— ¿Por donde has entrado, amor?
¿Cómo has entrado, mi vida?
Las puertas están cerradas,
ventanas y celosías.
— ¡Ay, Muerte tan rigurosa,
déjame vivir un día!
— Muy de prisa se calzaba,
más de prisa se vestía;
ya se va para la calle,
en donde su amor vivía.
— ¿Cómo te podré yo abrir
si la ocasión no es venida?
Mi padre no fue al palacio,
mi madre no está dormida.
— Si no me abres esta noche,
ya no me abrirás, querida;
la Muerte me está buscando,
junto a ti vida sería.
— Vete bajo la ventana
donde labraba y cosía,
te echaré cordón de seda
para que subas arriba,
y si el cordón no alcanzara,
mis trenzas añadiría.
La fina seda se rompe;
la Muerte que allí venía:
— Vamos, el enamorado,
que la hora está cumplida.
soñito del alma mía,
soñaba con mis amores,
que en mis manos los tenía,
Vi entrar señora tan blanca,
muy más que la nieve fría.
— ¿Por donde has entrado, amor?
¿Cómo has entrado, mi vida?
Las puertas están cerradas,
ventanas y celosías.
— ¡Ay, Muerte tan rigurosa,
déjame vivir un día!
— Muy de prisa se calzaba,
más de prisa se vestía;
ya se va para la calle,
en donde su amor vivía.
— ¿Cómo te podré yo abrir
si la ocasión no es venida?
Mi padre no fue al palacio,
mi madre no está dormida.
— Si no me abres esta noche,
ya no me abrirás, querida;
la Muerte me está buscando,
junto a ti vida sería.
— Vete bajo la ventana
donde labraba y cosía,
te echaré cordón de seda
para que subas arriba,
y si el cordón no alcanzara,
mis trenzas añadiría.
La fina seda se rompe;
la Muerte que allí venía:
— Vamos, el enamorado,
que la hora está cumplida.
Romance del conde Arnaldos
¡Quién hubiese
tal ventura
sobre las aguas de mar,
como hubo el conde Arnaldos
la mañana de San Juan!
Con un falcón en la mano
la caza iba cazar;
vio venir una galera
que a tierra quiere llegar:
las velas traía de seda,
la ejarcia de oro torzal,
marinero que la manda
diciendo viene un cantar
que la mar ponía en calma,
los vientos hace amainar,
los peces que andan al hondo
arriba los hace andar,
las aves que andan volando
al mástil vienen posar.
Allí habló el conde Arnaldos,
bien oiréis lo que dirá:
—Por tu vida, el marinero,
dígasme ora ese cantar.
Respondióle el marinero,
tal respuesta, le fue a dar:
—Yo no digo esta canción
sino a quien conmigo va.
sobre las aguas de mar,
como hubo el conde Arnaldos
la mañana de San Juan!
Con un falcón en la mano
la caza iba cazar;
vio venir una galera
que a tierra quiere llegar:
las velas traía de seda,
la ejarcia de oro torzal,
marinero que la manda
diciendo viene un cantar
que la mar ponía en calma,
los vientos hace amainar,
los peces que andan al hondo
arriba los hace andar,
las aves que andan volando
al mástil vienen posar.
Allí habló el conde Arnaldos,
bien oiréis lo que dirá:
—Por tu vida, el marinero,
dígasme ora ese cantar.
Respondióle el marinero,
tal respuesta, le fue a dar:
—Yo no digo esta canción
sino a quien conmigo va.
Lanzarote y el orgulloso
Nunca fuera
caballero
de damas tan bien servido
como fuera Lanzarote
cuando de Bretaña vino:
que dueñas curaban dél,
doncellas del su rocino;
esa dueña Quintañona,
ésa le escanciaba el vino,
la linda reina Ginebra
se lo acostaba consigo.
Y estando al mejor sabor,
que sueño no había dormido,
la reina toda turbada
un pleito ha conmovido.
—Lanzarote Lanzarote,
si antes hubieras venido
no hablara el Orgulloso
las palabras que había dicho,
que a pesar de vos, señor,
se acostaría comigo.--
Ya se arma Lanzarote
de gran pesar conmovido;
despídese de su amiga,
pregunta por el camino,
topó con el Orgulloso
debajo de un verde pino.
Combátense de las lanzas,
a las hachas han venido.
Ya desmaya el Orgulloso,
ya cae en tierra tendido;
cortárale la cabeza,
sin hacer ningún partido.
Vuélvese para su amiga
donde fue bien recibido.
de damas tan bien servido
como fuera Lanzarote
cuando de Bretaña vino:
que dueñas curaban dél,
doncellas del su rocino;
esa dueña Quintañona,
ésa le escanciaba el vino,
la linda reina Ginebra
se lo acostaba consigo.
Y estando al mejor sabor,
que sueño no había dormido,
la reina toda turbada
un pleito ha conmovido.
—Lanzarote Lanzarote,
si antes hubieras venido
no hablara el Orgulloso
las palabras que había dicho,
que a pesar de vos, señor,
se acostaría comigo.--
Ya se arma Lanzarote
de gran pesar conmovido;
despídese de su amiga,
pregunta por el camino,
topó con el Orgulloso
debajo de un verde pino.
Combátense de las lanzas,
a las hachas han venido.
Ya desmaya el Orgulloso,
ya cae en tierra tendido;
cortárale la cabeza,
sin hacer ningún partido.
Vuélvese para su amiga
donde fue bien recibido.
Gonzalo
de Berceo. Milagros de Nuestra Señora
V. El pobre caritativo
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Libro
de Aleixandre. Introducción.
Señores, si queredes mi servicio prender,
querríavos de grado servir de mi mester;
deve de lo que sabe omne largo seer,
si non, podrié en culpa e en riebto caer.
Mester traigo fermoso, non es de joglaría,
mester es sin pecado, ca es de clerezía
fablar curso rimado por la quadema vía,
a sílabas contadas, ca es grant maestría.
Juan
Ruiz. El Libro de Buen Amor.
Como dice Aristóteles, cosa
es verdadera,
El mundo por dos cosas
trabaja: la primera,
Por aver mantenencia; la
otra era
Por aver juntamiento con
hembra placentera.
Si lo dixiese de mío, sería
de culpar;
Díselo grand filósofo, non
só yo de rebtar;
De lo que dice el sabio non
debemos dubdar.
Que por obra se prueba el
sabio e su fablar.
Que dis’ verdat el sabio
claramente se prueba
Omes, aves, animalias, toda
bestia de cueva
Quieren, segund natura,
compaña siempre nueva;
Et quanto más el omen que a
toda cosa se mueva.
El fuego siempre quiere
estar en la senisa,
Como quiera que más arde,
cuanto más se atisa,
El omen quando peca, bien
ve que deslisa,
Más non se parte ende, ca
natura lo entisa.
Et yo como soy omen como
otro pecador,
Ove de las mujeres a veces
grand amor;
Probar omen las cosas non
es por ende peor,
E saber bien, e mal, e usar
lo mejor.
Poema
de Fernán González
Cuando el rey Rodrigo su
hueste hubo juntado
-era ejército enorme, mas
todos desarmados-,
Fue a luchar contra los
moros, pagaron sus pecados,
Pues fue los profetas esto
profetizado.
Tenía el rey don rodrigo
siempre la delantera,
Salió contra los moros, les
frenó la carrera,
Se encontraron en el campo
que llaman Sangonera,
Cerca del Guadiana donde
está su ribera.
[…]
Volvieron con las huestes a
luchar preparados,
Reanudaron el combate donde
lo habían dejado:
Murieron los cristianos
todos, ¡ay, malhadados!
Del buen rey en ese momento
no tuvieron noticia.
En Viseo hallaron después
la sepultura
Donde yacía el rey muerto,
con esta escritura:
“Aquí yace don Rodrigo, un
rey de gran natura,
El que perdió la tierra por
su desventura”.
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