Miguel de Cumplido y Montiel era muy joven allá por octubre de 1086, cuando en la batalla de Sagrajas, en Bajadoz, las tropas cristianas de Alfonso VI de León perdieron contra los almorávides, comandados por el emir Yúsuf ibn Tasufín y el muchacho, de apenas trece años, fue apresado y llevado a Marruecos.
Cuentan que, durante el trayecto, Miguel empezó a decir, en el árabe mal hablado que chapurreaba, que aquellos grilletes que ataban sus muñecas estaban mal herrados. Los soldados se echaron a reír y le dijeron que si él podría hacer unos mejores, a lo que él, confiado, respondió que sí. Ni corto ni perezoso, fue puesto ante una forja improvisada y allí, en mitad de la noche y ante decenas de ojos incrédulos, Miguel forjó unos grilletes que parecían imposibles de romper.
Para cuando llegó al palacio del emir, Miguel se había convertido en el más célebre de los presos. Cuentan que nada más llegar a la celda que compartía con los demás, dijo que aquellos barrotes y aquella puerta se oxidarían y romperían con facilidad, permitiendo a cualquiera escapar. Los soldados lo llevaron a la forja del emir, donde allí Miguel trabajó durante tres días con sus noches, hasta finalizar una puerta y unos barrotes que ni un huracán lograría doblegar.
Finalmente, el mismísimo emir Yúsuf, finalmente, llamó al joven ante su presencia y allí, rodeado de su corte, le dijo que había oído hablar de sus proezas, y que le devolvería la libertad a cambio de que les revelara el secreto para forjar cadenas irrompibles.
- La respuesta es bien sencilla, señor de Marruecos -respondió Miguel, con voz clara y serena-: lo único que puede forjar una cadena irrompible es el amor. El amor con el que mi padre me enseñó a sobrevivir en este mundo hostil, incluyendo vuestro idioma, que algún día, me dijo, me sería de gran ayuda conocer; o el amor de mi abuelo, el mejor herrero de León, que me enseñó a forjar grilletes que solo yo podría abrir.
Y al decir esto, sonriendo y ante el asombro del emir, de sus guardias y de toda la corte, se quitó los grilletes con total facilidad, y continuó:
- O barrotes y puertas como las que ahora mismo todos mis compañeros cristianos habrán abierto, siguiendo mis instrucciones, escapando de vuestro palacio mientras vos y yo hablamos. Y no, mi señor de Marruecos: prefiero morir aquí y ahora, con dignidad, que permitir que este conocimiento se pueda volver contra mi padre, contra mi abuelo y contra mi patria, pues el amor que ellos me han dado no se puede quebrar de ninguna manera, ni comprar con la mayor de las riquezas que podáis ofrecerme.
Los guardias alzaron sus picas y apuntaron al cuello de Miguel, ante el escándalo que se había formado y los gritos de los guardias de la prisión, que confirmaban la fuga de los presos. Pero entonces el emir se levantó, alzó su mano derecha y se hizo un gran silencio:
- Mucho tenemos que aprender los unos de los otros antes de que esta guerra termine, joven herrero. Disculpad que haya subestimado a mi rival, que no mi enemigo, pues tan valiosa lección me ha enseñado hoy. Y para que veáis que no miento, ahora mismo daré orden de detener la captura de los presos, y os entregaré caballos y provisiones para vuestro viaje de regreso. Quizá algún día volvamos a vernos, y podamos comprobar entonces si son mejores vuestras espadas cristianas que los sables de mi reino. Hasta entonces, que Alá os acompañe.
Y dicho esto, los guardias acompañaron a Miguel de Cumplido y Montiel hasta la libertad, y él y los demás soldados pusieron rumbo a su hogar, felices de contar en sus filas con aquel intrépido herrero, futuro capitán cristiano y leyenda del reino de León.
Comentarios
Publicar un comentario